Compartimos el artículo que publicó recientemente en el Sonar ignacio Aréchaga:
El subjetivismo y el afán de autonomía se manifiestan hoy a menudo en el campo religioso. Hay quien se considera católico, pero no renuncia a cribar la doctrina o la moral, para hacerse una religión a la carta, acomodada sus ideas y su estilo de vida. Y que nadie le discuta su derecho a considerarse católico y a participar en los ritos religiosos en la medida en que lo crea conveniente. En el caso de políticos que son católicos, la religiosidad a la carta se advierte muchas veces a la hora de apoyar leyes que contradicen sus convicciones religiosas.
En EE.UU. es ya un debate clásico dilucidar si políticos católicos que apoyan el derecho al aborto o la eutanasia deberían ser admitidos a recibir la Comunión. El problema empieza por el propio presidente, Joe Biden, y sigue por otros políticos, sobre todo demócratas, como la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi. Con el cambio de Administración, se eliminaron de inmediato algunas restricciones introducidas por Trump en la financiación pública del aborto, y se aprobó la Equality Act, que, según los obispos, va a “castigar” a los grupos religiosos opuestos a la ideología de género.
Se había dicho que la Conferencia Episcopal iba a estudiar en su próxima reunión plenaria una declaración sobre las condiciones para recibir la Comunión, en la que habría una referencia al caso de los políticos que apoyan una legislación permisiva en materia de aborto y eutanasia. Pero ha sido el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Luis Ladaria, el que se ha adelantado enviando una carta al presidente de los obispos americanos en la que da algunas directrices para abordar el asunto. En síntesis, les dice que primero deben ponerse de acuerdo entre ellos –no todos comparten la misma postura–, enmarcar su declaración dentro del contexto de las condiciones para recibir la comunión por parte de todos los fieles, en vez de centrarse solo en los políticos, y evitar dar la impresión de que “el aborto y la eutanasia constituyen la única materia grave de moral y doctrina social católica que exigen el más completo nivel de responsabilidad por parte de los fieles”.
A tenor de la carta, da la impresión de que el Vaticano, sin negar la importancia del debate, no quiere levantar ampollas entre los políticos incoherentes ni dar la impresión de que se olvidan otras enseñanzas sociales importantes.
La carta del Vaticano ha gustado a Nancy Pelosi, quien, preguntada por el tema de la comunión de los políticos pro-aborto, ha respondido: “Creo que puedo usar mi propio criterio en este tema”.
No sé lo que pensaría si un político católico se negara a apoyar una legislación antirracista alegando que prefería usar su propio criterio, sin que sus convicciones religiosas influyeran en este caso. El problema de la religión a la carta es que cada uno –político o no– puede tener “su tema” en el que prefiere seguir su propio juicio. Desde el cónyuge infiel al rico que evade impuestos o al que hace negocios poco éticos, cada uno puede pensar que tiene sus propios motivos personales para actuar así, sin que nadie pueda juzgar su religiosidad. En último término, el caso de la comunión de los políticos proabortistas es una muestra más de la separación entre fe y vida, actitud que el Concilio Vaticano II calificó como «uno de los más graves errores de nuestra época”.
También en Alemania hay católicos que prefieren seguir su propia concepción de lo que debe ser la Iglesia católica, diga lo que diga Roma. En esta línea de afirmación de la propia autonomía, un centenar de sacerdotesrealizaron recientemente ceremonias de bendición de parejas homosexuales, con la máxima publicidad. Protestaban así contra una declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe del pasado marzo, en la que se señalaba que la Iglesia no podía bendecir estas uniones, porque no respondían al designio de Dios.
En la protesta de estos curas alemanes hay un exhibicionismo de rebeldía, muy en la línea del “camino sinodal” que está alejando a la Iglesia católica en Alemania de la doctrina común de la Iglesia universal. En el caso de las bendiciones nupciales a parejas del mismo sexo se advierte también ese sentimentalismo tóxico tan propio de nuestra época. “El amor gana” es el lema de esta marcha por llevar al altar a estas parejas. El lenguaje tiene un tinte de prensa del corazón: “Queremos celebrar y bendecir el don del amor con todos los que se aman, todas las parejas, amistades, relaciones amorosas. Todos los que reflejan el colorido del amor de Dios en sus vidas”. Pues también deberían estar bendiciendo a los polígamos, a los partidarios del poliamor, a las parejas trans y a todo el arco colorido de lo que se presenta como amor. No se puede discriminar a nadie.
Pero la religiosidad a la carta puede llegar a veces hasta extremos insidiosos, en los que se pretende cohonestar la religiosidad con el delito. Es el caso de mafiosos de algunas regiones italianas, que muestran el deseo de participar en las ceremonias religiosas sin arrepentirse de su actividad criminal. Son mafiosos que respetan los ritos religiosos, y quieren que los bautismos, funerales y matrimonios se hagan conforme a la tradición católica. No es que su religiosidad sea pura hipocresía. Según estudiosos de la mafia, más bien se produce un autolavado de cerebro, que les permite justificar su propio estilo de vida.
Ya desde hace tiempo la Iglesia católica ha querido marcar distancias con los mafiosos, también con los “devotos”. Juan Pablo II, en un famoso discurso en su visita a Sicilia en 1993 hizo un llamamiento a los mafiosos: “¡Convertíos! ¡Un día afrontaréis el juicio de Dios!”. También el Papa Francisco, en su viaje a Calabria en 2014, declaró que los miembros de la mafia “no están en comunión con Dios; están excomulgados”.
Ahora, el pasado día 8, ha sido beatificado Rosario Livatino, un juez anti-mafia asesinado por la Cosa Nostra en 1990. En esta ocasión el Vaticano ha anunciado la constitución de un grupo de trabajo sobre “la excomunión de las mafias”. Según Vittorio Alberti, coordinador del grupo, es verdad que muchos obispos han negado funerales públicos a miembros notorios de la mafia, pero en el Derecho Canónico y en el Catecismo no se menciona la excomunión de los mafiosos. Ahora se trata de “afirmar de una vez por todas que no es posible pertenecer a la Mafia y formar parte de la Iglesia”.
La separación entre las creencias religiosas y el trabajo criminal, sin sentirse culpable, es una muestra típica de la deformación de conciencia a la que conduce la peculiar religiosidad a la carta de los mafiosos. Sin llegar a estos extremos delictivos, también en otros casos lo que se presenta como una religiosidad acomodada al propio estilo de vida y a las ideas personales puede llevar a una deformación de conciencia, tan laxa como tranquilizadora.