Sábado de Gloria
Esta mañana del sábado nos da espacio para reflexionar como ha actuado Dios y como actúa muchas veces con nosotros: ÉL trastorna nuestros proyectos y nuestra tranquilidad, para salvarnos del abismo que no vemos. Pero atentos a no engañarnos. No es Dios quien ha arrojado algo para dañar nuestra orgullosa civilización tecnológica. ¡Dios es nuestro aliado, no es del virus! Porque él es el Padre misericordioso que nos ama.
Este padre derrama su perdón como expresión de su ternura. En la parábola del hijo pródigo, el padre sale corriendo al encuentro de su hijo apenas ve que vuelve a casa. No le deja ni siquiera presentar sus disculpas. Todo está perdonado. La inmensa alegría del perdón ofrecido y acogido, sana heridas incurables, restablece nuevamente las relaciones y tiene sus raíces en el inagotable amor de Dios.
Esto es lo que vivimos ayer en la muerte del Señor. Por un lado el padre, ahora, calla y este silencio pesa sobre el que muere como la pena más dolorosa. Esta experiencia del abandono es dolorosa pero pasajera.
En los momentos de soledad y extravió tan frecuentes en cada uno de nosotros, y especialmente en estos en los cuales vivimos esta tragedia del virus, puede surgir en nuestra alma, la misma expresión de Cristo de sentirnos que el padre nos ha abandonado. Pero esta sensación de abandono cederá su puesto a liberación personal y a la salvación porque ya todo dependerá del Padre misericordioso.
Y ahí tenemos a la iglesia muestra el rostro de un Dios crucificado, que no infunde miedo sino que manifiesta únicamente amor y misericordia. Después de esta experiencia de amor intenso, de nuestra alma brotarán sentimientos profundos de gratitud al gran amor del padre que no ha perdonado a su hijo ni siquiera porque nos ama.
Tendemos a pensar que el sufrimiento es enviado por Dios con la finalidad de aplastar o destruirnos, algunos estos días como en el pasado siguen echándole la culpa a Dios de todo. Pero nos equivocamos este siempre tiene la finalidad de elevar la calidad de nuestra vida, estimulándola a una generosidad mayor, a una entrega sin límites como lo hizo el mismo Jesús en la cruz.
A veces nos preguntamos por qué debemos sufrir. La respuesta exacta la sabe solo Dios, nosotros podemos buscarla desde la Palabra de Dios y la reflexión de la iglesia y de ella surgen varias: tal vez quiera purificarnos de nuestros pecados, enamorarnos más de Él, que solo confiemos en Él, puede que también el sufrimiento nos haga más comprensivos con los demás, cuanto hemos comprendido y valorado en estos días al personal sanitario o de los que trabajan en los mercados o los que se encargan de la limpieza de nuestras calles y así podríamos nombrar más personas. También la experiencia del sufrimiento nos hace más humildes con los demás, y por último no menos importante colaborar con Él en la salvación de todos los hombres.
José Ricardo Vivas Ramírez