“Ya es hora de despertaros del sueño!” decía San Pablo
Un mensaje de un médico da una posible explicación de por qué se han visto imágenes de peligrosas aglomeraciones en los primeros días de la fase 0.
Nos han enseñado de esta pandemia risas, aplausos y arcoíris, gente cantando, buen rollo y a los sanitarios bailando. La pandemia se transmitirá a próximas generaciones ( a quién no le ha tocado de cerca claro) como algo hasta bonito y a veces divertido.
Nadie ha visto la realidad de lo que sucedía.
Nadie ha visto la situación de guerra de los hospitales
Nadie ha visto el pánico de quién tenía que trabajar, el pavor que se sentía.
Nadie ha visto las urgencias y aglomeraciones de enfermos uno tras otro que llegaban.
Nadie ha visto que ingresaban pacientes y a las 2-3 horas estaban muertos.
Nadie ha visto que en planta los pacientes estaban relativamente bien y al rato que enfermeros acudían a la habitación había en cada ronda unos cuantos muertos, al rato otros más, al rato más y así sin saber qué pasaba ni qué se podía hacer.
Nadie ha visto habitaciones llenas de bolsas y bolsas cada uno con su nombre.
Nadie ha visto 800 fallecidos juntos ni lo que ocuparía ni la magnitud del impacto que nos haría ver eso.
Nadie ha visto como entraba uno tras otro a las morgues.
Nadie ha visto el sufrimiento de las familias cuando daban entierro a una caja sin saber qué estaban enterrando.
Nadie ha visto como un sanitario daba la mano a un enfermo a minutos de morir para que no lo hiciera solo
Nadie ha visto como se dejaba ir a la mejor y más luchadora generación de todas, abandonados a su suerte y sin poder acompañarles en sus últimos momentos.
Nadie ha visto nada, solo quien ha estado en un hospital, en una ambulancia, un cementerio, una funeraria.
Se ha enseñado lo que se ha querido, la gente ha tenido miedo a hablar públicamente sabiendo las consecuencias que tendría.
Y ahora, ¿ Qué? De verdad queréis que la gente tenga conciencia?
Conciencia tenemos de lo peligroso que era Siria, que veíamos cada día sin filtro como degollaban a cientos de personas.
Y sobre la muerte y los cristianos que se han ido sin nadir que les rece lo explica bien en su blog
María Álvarez de las Asturias:
http://estaporvenir.com/lo-de-mi-padre/
El jueves de Pascua murió mi padre. Murió en paz, habiendo recibido los sacramentos de manos de su sobrino sacerdote. Murió confiando en el Corazón de Jesús, que es todo amor y misericordia. Mi padre lo sabía porque el Sagrado Corazón de Jesús y su familia hemos sido sus amores más profundos, para él siempre unidos.
Murió con la esperanza, mejor diría certeza, de encontrarse con los miembros de nuestra familia que –cada vez más numerosos- están ya viviendo en Dios y le esperaban; con la esperanza de que allí nos reuniremos todos.
Esto me consuela y reconforta. Pero estoy viviendo un dolor extraño, porque está contenido: no he podido estar con mi padre en sus últimos momentos, ni despedirme.
Tampoco he podido asistir a su entierro, quedándome con la duda (gracias a Dios ya resuelta) de si el féretro tendría o no una cruz porque los ataúdes que veo en televisión no la tienen. Detalles que nunca pensé que se pondrían en cuestión, ahora están fuera de mi elección, de mi decisión.
Como me dice mi marido, “quién iba a pensar que echaríamos de menos estar en un tanatorio”. Y es que no hemos podido estar todos juntos (mi madre, hermanos, familia y amigos) para velarle, llorar, abrazarnos, rezar con los que nos quieren y después reírnos.
Es como si la muerte hubiera pasado a nuestro lado para darnos un golpe y desaparecer rápidamente: la he tenido delante, pero no he llegado a verla. Y me encuentro en cierta manera como Santo Tomás: como no lo he visto ni tocado, me cuesta creerlo. De hecho, la mayoría de mensajes y llamadas que recibo me expresan su pesar “por lo de tu padre”. Y es que, aunque la muerte está más cerca que nunca, también está escondida.
Me ha faltado todo lo que acompaña habitualmente a la muerte de una persona querida y que ayuda a darse cuenta de la realidad de lo ocurrido (mi padre se ha muerto, pero yo sigo con la misma extraña vida desde hace más de 40 días, en un ininterrumpido día de la marmota); a que el dolor salga, con lágrimas, abrazos y oración; y a que llegue el consuelo con la cercanía de tantas personas queridas y un funeral.
Es un duelo no expresado, como si la vivencia y expresión del dolor por la pérdida quedara en suspenso; pero tiene que salir. Y es bueno llorar; y es bueno afrontar de frente al enemigo, para vencerle: “lo de mi padre” es que se ha muerto. No me asusta decirlo porque sé que mi padre, aunque haya muerto, está vivo.
Sin duda echo inmensamente de menos la presencia física y el abrazo; pero el amor es más fuerte que la muerte y nada ni nadie puede eliminar el vínculo de amor que nos une a cada uno de nosotros con él, no sólo a su familia, también a sus amigos que ocupan un lugar tan importante en su corazón.
Un vínculo de amor que es recíproco: papá, sé que me quieres y yo sigo queriéndote, tal vez ahora un poco más.